Concerts à Deux Violes Esgales
5 tracks - Mp3 320 - RAR 113 Mb - Covers+Booklet
Wieland Kuijken, basse de viole de 7 cuerdas (anónimo, inicios s.XVIII)
Jordi Savall, basse de viole de 7 cuerdas (anónimo, fines s.XVII)
1976 Astrée
Para mí la música de Marais y de St. Colombe está íntimamente asociada a la ya vieja película "Tous Les Matins du Monde". Es pueril, pero a falta de retratos del obscuro autor francés me imagino al maestro de Marais con el rostro del actor del filme, J.P. Marielle, y creo que no podría ver otra película suya sin riesgo de herir mi mitología personal. Ya verán cómo otros difieren conmigo en ésto.
Así, la visión de un cineasta -Corneau- que trabaja sobre la fantasía de un escritor -Quignard- sobre una historia transcurrida hace 400 años, y que recién fue llevada al relato testimonial 50 años después de ocurrida por los periodistas de la época, me sugiere un juego de espejos ambiguo y sugerente donde el sonido de las cuerdas rasgadas deviene soundtrack perfecto.
No sé si Marais tocaba La Reveuse a los pies de la cama de la hija de St. Colombe, ni tampoco sé si ella existió. Ni siquiera existe certeza de la identidad del mismo St. Colombe, fuera de un puñado de datos de archivo. A fin de cuentas no me importa. Toda esa vaguedad me agrada, y me sirve como marco para una música que no puedo ni quiero abandonar jamás.
Y bien, como veremos a continuación, a través del testimonio del novelista Pascal Quignard, todo ese juego de abalorios se desató a raíz de éste disco, el primer monográfico dedicado a Monsieur de Sainte Colombe a diez años del descubrimiento de sus partituras (1966).
“Me recreé en la evocación de Sainte Colombe en “El Salón de Wurtenberg”, novela que apareció en 1986. Y en “La lección de música”, en 1987. Y en “Todas las mañanas del mundo”, novela que escribí en 1990. Y en “Terrasse à Rome”, novela publicada a principios del año 2000. Aún hay otro libro a punto de aparece e impregnado de él, que habla de su vejez, de su regreso a Inglaterra. No sé si algún día osaré confiárselo a un editor. La extrañeza invade la última línea de la novela: “No era sino tristeza, hambre, rabia, arrogancia, herida”. Así concluye, de manera apenas explicable, el relato.
Nada sé aún de su muerte.
Nada se sabe de su infancia. De su adolescencia.
Descubrí a Sainte Colombe tras comprar un disco negro que habían grabado Wieland Kuijken y Jordi Savall en 1976. Contenía cinco de sus “Concerts à deux violes esgales”, entre los que figuraban el “Tombeau Les Regrets”, diez años después del descubrimiento de las obras de Sainte Colombe en Ginebra, en 1966.
La imagen de Sainte Colombe me quedó para siempre impregnada del semblante de Jordi.
Más enjuto tal vez.
En mi manuscrito, estas palabras lo definían: “Desapacible, humilde, libre, pacato, huidizo, intempestivo, refinado, astuto, sutil, brusco, misterioso”.
Siempre creí que Madame de Sainte Colombe se parecía, como se parecen dos gotas de agua, a la Palas romana de Ravello. Alta, mucho más alta que Sainte Colombe, de senos preciosos, plácida, robusta, segura, generosa, rotunda, tranquilizadora. No hay ni una sola palabra, en los cuatro libros que acabo de mencionar, acerca de su singular vida, anterior a la muerte que se la habría de llevar.
En 1986, Karl Chenogne, el protagonista de “El Salón de Wurtenberg”, viola y narrador, escribe: “Desde el otro extremo del auricular, una voz que cruzaba el océano Atlántico me pedía que grabara la integral de las obras para viola de Sainte Colombe, que escribiera una biografía, que reuniera la iconografía para una caja, un gran lanzamiento, un catálogo para una exposición, y que anotara los elementos principales para una película-romanza... Dos fundaciones norteamericanas y una universidad de California correrían con los gastos de producción. Un director de renombre se haría cargo del proyecto cinematográfico. Parecía como si todo el universo, de pronto, descubriera a Sainte Colombe...”.
Tuvieron que pasar cinco años para que el contenido de la novela superara a la realidad; o, cuando menos, para que llamara su atención.
Y no se produjo en California, sino en París.
Recuerdo mi primer encuentro con Jordi, en 1990. Había leído mi novela: tanta era su concentración que en él veía a Sainte Colombe. Se refería a ella como lo habría hecho Sainte Colombe. Estaba espléndido, y nada ansiaba más, por aquel entonces, que entrar en contacto con personas del mundo del cine. En compañía de Montse, fuimos a Port Royal les Chams. Grabaron bien entrada la noche. Hacía frío. Yo dormía estirado sobre un banco en la capilla.
No asistí, posteriormente, al rodaje de la película.
Un único recuerdo conservo del año 1991.
Se trata de una vieja partitura del siglo XVII sobre la que Jordi copió, a mano, la obra de Sainte Colombe titulada “Les Pleures”, en tinta azul, en clave de do. Al pie de la partitura, Jordi escribió “Para Pascal como recuerdo de un sueño...”. En ocasiones, los sueños trascienden la noche que los alberga. El músico Sainte Colombe ya es tan indiscutible como el pintor Georges de la Tour, quien apenas empezó a existir a finales del siglo XIX y que no habría regresado de no ser por Stendhal y Taine. El imaginario planta sus semillas en la realidad y en le tiempo y poco a poco el tiempo las imbrica y las ramifica, crecen. El arte es tan extraño. La supervivencia es tan extraña. Comenzamos devorando a nuestra madre en su propio vientre. Después, en su leche. Por su mirada, les arrebatamos la lengua. Somos todos ladrones. Al responder a sus sonrisas creamos el sentido. La instrucción no es sino chupar los huesos de los cadáveres, horadarlos, imbuirse de la muerte de nuestros predecesores. La vida es pegarse como parásitos a las obras, a las ruinas de las obras, al recuerdo de las obras. Vivimos rodeados de alucinaciones que apenas disimulan la carencia o la ausencia. Nuestra existencia es precaria y falta de sincronía. Comenzamos demasiado pronto. Morimos, sin excepción, antes de haber madurado.
Lo originario es siempre invisible.
Los auténticos mensajes recorren los cuerpos a espaldas de quienes los intercambian.”