6.5.09

cobrando cuentas pendientes

Decir que no me gusta Pedro Lemebel sería falso. He leído y he disfrutado de sus libros desde mucho antes que fueran mainstream. Anoto que jamás he comprado uno, pero el sino me los ha puesto en mis manos de maneras diversas. Me he reído y he llorado según corresponda. He gozado como chino, en suma, reconociendo ese argot particular que nos caracteriza como comunidad, nadando en esas ornamentaciones de su escritura -llamadas barrocas, por algunos, pero que a mi me parecen manierismos-. Y también (cómo no) me lo he cruzado caminando por las calles del santiago cola comme il faut, o en reuniones con amigos comunes, o simplemente sale en conversaciones de cualquier joto de a pie que se precie de culto.

Durante muchos domingos lo leía con regularidad en La Nación y era el acompañante ideal de reposadas tardes, necesarias para descansar de agitados sábados. Eso hasta que el mencionado periódico se sumergió en su propia insignificancia y dejó de existir en el horizonte.

Evidentemente Lemebel como ente humano y literario va mucho más allá, pero valga como chapucera introducción.

Y todo esto, bueno, por la comentada polémica de principios de 2009, donde la vieja crónica del Unicornio Azul, que ha sido reciclada en un libro reciente, muestra a un Silvio Rodríguez homofóbico que recibe de mala manera las insinuaciones de Lemebel y un amigo literario acerca de la doble lectura de la famosa canción. Todo sellado por la sentencia pontificia del Silvio de la crónica que dicta: "Con la revolución todo, sin la revolución nada", o algo por el estilo, dejando a los hablantes de la colizonidad con un palmo de narices

El caso fue seguido muy de cerca por el columnista Bruno Bimbi, para el diario Crítica de Argentina, donde se puede monitorear paso a paso el desarrollo del proceso. A la larga este Bimbi pasó a ser uno más entre los actores de la polémica al escarbar de manera inclemente en la situación y emplazando a los sujetos a pronunciarse de la discusión.

En suma, Silvio Rodríguez negó -por supuesto- las acusaciones de supuesta homofobia y señaló su irrestricto compromiso con las minorías, etc. Mientras que Lemebel, quien en un principio había avalado lo escrito como una crónica nacida de circunstancias verídicas, luego se "retractó" diciendo que había que interpretar sus crónicas desde una perspectiva "humorística" o "lúdica" (sic). En lo que todos concordaron era que la polémica desatada se había salido de madre y estaba dando espacios para que elementos la usaran como artilugio contrarevolucionario.

Lo que estos prohombres (utilizando laxamente el giro, en el caso del escritor) nos señalan entonces es que no debemos distraer nuestra atención con estas discusiones menores, y perder del foco principal lo que importa, que vendría a ser la integridad y coherencia de la revolución (no se necesitan adjetivos cuando es el caso de la revolución cubana, tal como cuando decimos El, por jesucristo, o el Partido, por el PC).

Triste e indignante resulta ver al polemista incombustible de Lemebel reducido a dar explicaciones funcionarias y burocráticas. Uniformes y pulidas como un biombo de laca. Sin dudas incómodas ni quiebres de ningún tipo.

Guardando las proporciones, ésto me recuerda aquella famosa caricatura de Topaze: El León no es tan bravo como lo pintan.

En alguna parte de su recular Lemebel hace referencia a que lo que subyace (obvio) es "el superado tema de la izquierda y la homosexualidad". Y por supuesto que lo es, y no por superado precisamente. Lemebel mismo con su Manifiesto (1986) es una encarnación a nivel local de tan "superada" temática. Performaces legendarias como las Fridas, el mismo Manifiesto y su provocadora lectura en tierras entonces hostiles (mitín de izquierdas en el chile pinochetista), sus crónicas y demases no hacen más que trabajar desde la trinchera de enfrentamiento entre izquierda y homosexualidad.

Citas históricas como "Cuba no necesita peluqueros", campos de concentración-reeducación y tantas otras circunstancias hacen que la divergencia sea indeleble.

Ver a Lemebel en estos pantanos me recuerda un poco a Galileo, negándose a sí mismo para no perder un espacio en su propia comunidad. Quizá el ácido Lemebel del pasado está empezando a parecer incómodo al laureado -con justa razón- Lemebel de hoy. Jugando un poco al contrafactualismo podría inferir que el Manifiesto de hace 23 años atrás no le parecería un artilugio contrarrevolucionario al escritor entonces, y hoy sí. Hoy estaría -con un texto de esa clase- "dándole alimento a los reaccionarios para que sigan atacando el bello proceso cubano".

Negar que una persona, un escritor, cambie de visión con los años es pueril. Pero añoro la uña travesti de quien alguna vez arañó sin distinciones, como mono(a) con gillete, tanto al dictador como a los comunistas de buró y bigotillo.

Es penoso ver al alguna vez filoso cola contestatario devenido en alguien que ve la crítica como un acto de contrarevolución. Al más puro estilo del ya legendario control de cuadros.

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